Por Sebastián Adúriz y Malena Sáenz

Durante las cuatro mañanas de los sábados de septiembre nos juntamos en la sede de LAIA, el espacio que retrata la foto. Un aula de escuela con estanterías llenas de cosas y una mesa grande de madera en el centro. A su alrededor fuimos dando forma a historias personales, fragmentos de artículos y papers, narraciones e ideas anotadas a mano. A veces con la compañía de la IA, otras no. 

Nos habíamos propuesto averiguar qué tanto era posible ampliar la experiencia de escribir. En un inicio, usamos los modelos de lenguaje para diseñar nuestros textos, siguiendo una propuesta reciente del filósofo italiano Luciano Floridi. Obtuvimos ideas, bocetos, soluciones a las que quizás no hubiéramos arribado de otro modo. 

Después nos sumergimos en la experiencia opuesta: la de escribir en cuadernos a mano y sin pensar, para que emergiera el texto que espera por nosotros y nosotras en el mundo. Como imaginábamos, aparecieron asuntos humanos ajenos a las máquinas. 

Y finalmente, transitamos un camino intermedio con Calíope, la interfaz que estamos desarrollando en LAIA y que no te ofrece ningún texto como devolución, sino preguntas para ayudarte a avanzar, inspiración para destrabar.  

En suma, diseñamos, exploramos y descubrimos a pura escritura. Y al hacerlo, la experiencia global resultó tan buena como habíamos anticipado. O mejor. Fue decisiva la disposición y cordialidad de quienes conformaron el grupo: gente destacada de la academia, la comunicación y la literatura. Personas de relación muy dispar con la IA: desde quienes la usaban cotidianamente hasta quienes daban sus primeros pasos. Todas ellas pusieron sobre nuestra mesa de madera sus preocupaciones, sus exploraciones, sus descartes y sus descubrimientos. 

La sensación al final, fue la de haberla pasado bien y haber aprendido (coordinadores a la cabeza). Cuando cerramos el último sábado, después de leer un gran texto de Úrsula Le Guin sobre nuestro oficio y antes de almorzar empanadas de la panadería de la vuelta, el ánimo general era que el grupo estaba para seguir, que habíamos alcanzado cierto grado de intimidad propio de procesos como estos cuando se vuelven virtuosos. 

Así que vamos a repetir el año que viene (con el agregado seguro de una versión virtual para quienes están lejos de nuestra sede de Villa Ortúzar). Ya estamos pensando cambios, viendo como incorporar algunas novedades a tono con las transformaciones que viene experimentando la IA. Pero más allá de lo que se venga, hay algo que nos gustaría que quedara igual:  esta mezcla de fecundidad y buena onda que sobrevoló en nuestro primer taller.